A principios de septiembre diferentes circunstancias me llevaron a tener que esperar un par de horas dentro de un centro comercial. Pero no era el tipo de espera en la que puedes pasear por la plaza, entrar a tiendas, o ir a comer algo; era el tipo de espera donde debes estar cerca de un área general y no te puedes ir muy lejos. Los específicos de qué hacía allí no son relevantes para nuestro relato, lo importante es que tuve que esperar en el piso más alto junto a las escaleras eléctricas.
No me gustan los centros comerciales. Si estoy por mi cuenta usualmente trato de salir de ellos con la mayor rapidez y eficiencia posible cuando debo caminar por dentro de ellos, y si me encuentro en compañía de alguien eso lo vuelve más tolerable porque le estoy prestando atención a la otra persona pero de todos modos me termino desesperando y queriendo salir de allí tras un par de horas. En cualquiera de los dos casos, no suelo estar quieto observando el entorno como foco de estudio.
Mi profesión es una de escribir personajes y dirigir actores, así que hago mucha observación de personas cuando me encuentro en lugares públicos, pero debido a mi aversión general hacia las plazas públicas, y que sé exactamente cuán complicado es producir una filmación dentro de una, nunca le he dedicado ninguna consideración real a las composiciones y encuadres que se pueden lograr dentro de una; simplemente nunca me ha resultado un tema de interés. Ni siquiera porque desde pequeño me ha gustado la obra de Godfrey Reggio. Si no sabes qué quiero decir con eso, no te preocupes, sólo necesitas saber que él ha hecho documentales que me han influenciado enormemente y que ha grabado escaleras eléctricas en una que otra ocasión.
Así que, viéndome obligado a permanecer cerca de las escaleras eléctricas durante la siguiente porción indefinida de tiempo, comencé a tratar de ver el centro comercial con ojos de artista y buscar algo interesante en él. No porque mi meta haya sido crear algo con esa visión, sino porque si no hallaba algo interesante con lo cual distraerme me iba a volver loco.
Me recargué sobre el barandal que ve hacia los pisos inferiores y aproveché esa perspectiva para observar a las personas ir y venir. Usualmente la gente mayor a la infancia no está volteando hacia arriba cuando camina por una plaza o cuando está en una escalera eléctrica, por lo cual puedo dedicarle un rato a hacer algo sin incomodar a nadie por estarlo observando.
Me gustan los sistemas mecánicos, me gustan los patrones temporales repetitivos, y desde pequeño se me han hecho interesantes las escaleras eléctricas, así que naturalmente mi mirada se terminó enfocando en ellas más que en las personas que las usaban, y ya que frente a mí había unas doce o más, comencé a sumergirme en las diagonales que se formaban desde donde yo las estaba viendo. Si caminaba un poco para un lado o para el otro, se revelaban composiciones con muchísimo dinamismo visual, y de inmediato comencé a pensar en el tipo de encuadres que Reggio podría revelar en un entorno así. Lamenté no tener mi cámara conmigo en ese momento, pero recordé que sí tenía una cámara.
A mediados del año pasado tuve que cambiar mi teléfono anterior porque dejó de funcionar y a la semana de estrenar el que uso actualmente determiné que su cámara dejaba mucho que desear, y su función de video era mala al grado de ser inservible para cualquier cosa seria. Desde entonces ha habido una actualización al software de la cámara que permite tomar fotografías en RAW, lo cual combinado con el “modo manual” que tiene hace que al menos cierto tipo de fotos sean viables, pero el video sigue siendo fatal, por lo que no suelo pensar que traigo conmigo una cámara capaz de tomar video cuando sólo estoy cargando el celular.
Pero además de hacer unas cuantas grabaciones y sólo evaluar el material crudo, no había procesado los videos grabados por este celular y no sabía qué tanto podrían ser rescatados al trabajarlos. En ese momento me encontraba en una situación donde quería grabar video, donde si un policía me ve con un celular puede que no me diga nada al contrario de si me ve con una cámara profesional, y a donde no quería tener que regresar otro día con una cámara para estar allí de nuevo y poder grabar. Se me ocurrió que debía aprovechar la oportunidad, usarla como una excusa de ejercicio de composición visual, y si me gustaba demasiado podría justificarme a mí mismo el regresar más adelante y grabarlo con una cámara real. Después de todo, desde hace muchos años yo he defendido la idea de que los cineastas deberíamos aprender de los procesos que tienen otros artistas, como los pintores: ellos hacen estudios y calentamientos y ensayos, no sólo van y hacen su siguiente Gran Obra para una galería; esa cultura artística no existe como tal en el mundo del cine, porque es sumamente caro hacer una producción, y la salida va cargada de expectativas. Por ejemplo, este año grabé un cortometraje muy casual y con muy poca producción que quise usar como ejercicio para volver a producir y realizar, para desentumecer mis músculos de cineasta, y aunque ninguna persona del cast o crew recibió un pago, me costó más de diez mil pesos por un día de rodaje y para un corto que durará menos de diez minutos. En la industria tenemos una frase: “el cine no es caro, es lo que le sigue”.
No me gusta nada que la cultura del cine tenga estas limitantes, porque antes de entrar a la escuela de cine yo estaba acostumbrado a grabar videos y películas con mis amigos prácticamente cada semana; para cuando entré a la carrera ya llevaba más de 300 videos. Los primeros semestres pude mantener ese impulso junto con unos compañeros, y llegamos a grabar 32 cortometrajes en un solo semestre, pero conforme hubo complicaciones administrativas y nos fueron martillando la idea de que se deberían de gastar todos los recursos y tiempo en un solo Gran Proyecto, fui perdiendo esa constancia y la creatividad que viene con la plasticidad cerebral de alguien que está creando regularmente.
Usando el celular traté de conseguir las composiciones más interesantes que pudiera sin que me corrieran del lugar. De cada encuadre grabé un poco más de un minuto porque ya con Reggio en la cabeza sabía el tipo de ritmo y tono que iba a tener la pieza final, la cual sería sobre el dinamismo repetitivo de las escaleras eléctricas, y las variaciones que vienen con sus usuarios. También comencé a pensar en el título de la pieza, y lo primero que vino a mi mente es que en inglés la palabra para “escaleras eléctricas” es “escalator”, la cual siempre se me ha hecho muy curiosa pero nunca había profundizado en ella.
El idioma inglés es una combinación quimérica de otros tres idiomas, de los cuales ha canibalizado raíces y reglas sin ninguna consistencia interna real. “Escalator” suena suficientemente latín, por lo que siempre asumí que el inglés lo había robado del francés, su fuente principal de raíces romances, pero resulta que no, fue un nombre que armó uno de los inventores de las escaleras eléctricas para patentar su producto, y aunque sí viene de raíces latinas (“Scala” + “Tor”), son unas que encontró en un diccionario de latín, con su limitado conocimiento del idioma, y no tiene nada que ver con la palabra “elevador / elevator” y su significado de llevar personas a lo alto. Él sólo quería un nombre de producto que pegara con el público, y vaya que lo encontró— los angloparlantes adoptaron la palabra para referirse no a la marca, sino al concepto de escalera eléctrica, y por lo tanto perdió la patente y posesión del término.
Otra de las primeras patentes que hubo con los prototipos de las escaleras eléctricas, por otro inventor, fue llamada “endless conveyor or elevator”, lo cual se puede traducir a “transportador sin fin” o, el término que me gustó más, “elevador sin fin”. Esto lo investigué cuando finalmente pude escapar del centro comercial, y aunque desde ese mismo día ya sabía el ritmo, tono, y título del video que quería hacer, me tomó dos meses y medio poder sentarme a revisar el material y editarlo.
A principios de 2010 edité un video sobre globos de cantoya que volamos en una práctica de campo escolar. Era mi primer video en el que experimentaba con contar algo sin que hubiera un personaje o un guión; parcialmente documental, parcialmente exploración de un evento o un momento, completamente una narrativa apoyada por la música buscando transmitir alguna emoción entre las imágenes y el sonido. Dentro de mí comencé a formular este género que puedo utilizar para sacar al mundo parte del material que grabo pero que no llega a ser parte de ninguna película más grande o un proyecto más complejo. Son mi equivalente a los bocetos y ensayos que haría un pintor, y lo que descubrí en aquél enero de 2010 es que para mí el encontrar la música correcta es vital antes de poder trabajar el material.
Recuerdo que para el video de globos de aire caliente pasé unas cinco horas recorriendo librerías musicales tratando de encontrar alguna pieza que reflejara correctamente la energía que quería que tuviera el video, y hasta que la encontré pude comenzar a formular la estructura que éste tendría. Desde entonces he mantenido la costumbre de asignarme suficiente tiempo para la búsqueda de música cuando voy a hacer algún proyecto así, y para Elevador sin fin no fue diferente: cuando finalmente pude comenzar a pensar en editarlo a principios de noviembre sabía que antes de siquiera revisar el material de cámara tendría que haber encontrado la pieza musical adecuada, y sabiendo que quería reflejar el tono minimalista que Reggio y Glass lograban, me era muy claro lo que estaba buscando. Esta vez tomó dos días de revisar librerías hasta que di con algo que me funcionaba.
La principal diferencia entre el 2010 y ahora es que he aprendido mucho sobre las licencias, los derechos, y el uso de la música. Cuando la BZ comenzó su nueva vida en Twitch y empezamos a tener algunos ingresos por ser afiliados me empecé a tomar muy en serio el cuidar que los permisos musicales estuvieran en orden, para que los canales oficiales de la BZ nunca se metieran en problemas. En mi canal personal, tanto de YouTube como de Twitch, yo no tengo esas preocupaciones y a lo largo de los años he acumulado bastantes reclamaciones de contenido por estar usando música sin permiso, pero como es mi canal personal no tengo las mismas preocupaciones y no me molesta. De cualquier manera, ya me acostumbré a buscar primero en las librerías donde sí puedo tener la licencia de reproducción, y encontré en una de éstas la pieza que quedó en el video final.
La edición fue sencilla, la corrección de color se llevó su buen rato. La mitad de las dificultades en post surgieron de la calidad de la cámara; este ejercicio reforzó mi idea de que el celular que tengo actualmente tiene una cámara que no puede usarse para algo serio porque verdaderamente le hace cosas espantosas a la imagen sin ser consistente en cuándo sí y cuándo no, pero para ejercicios y bocetos como éste puede funcionar. Al final del día, esto no es algo que estoy haciendo para un cliente o para una proyección en sala de cine, lo estoy haciendo porque me gusta el proceso creativo y me entiendo por medio de la creación de videos, y en ese sentido cumple la función de ser una cámara que traigo en el bolsillo. Cada herramienta tiene su utilidad y finalmente sé cuáles son las capacidades de ésta.
Sin más por el momento, aquí está Elevador sin fin: