Este texto estuvo pensado para aparecer, originalmente, en la edición de abril de nuestra zine mensual Behind the sceneZ.
Llevo varios meses pensando en el tiempo. Suele ser un tema que viene a mí constantemente: el tiempo que paso haciendo cosas que me gustan, el tiempo que paso haciendo cosas que no me gustan y el tiempo que paso haciendo cosas que, simplemente, tengo que hacer, por lo que no las categorizo como algo bueno o algo malo. Solo son.
Hace años, quizá en algún libro o en alguna película, me encontré con esta filosofía de «no gastes tu tiempo en nada que no te guste» o que no «te haga feliz». En la teoría, suena como algo espectacular, y sencillo: Si algo no me agrada, simplemente dejo de gastar mi tiempo en ello. ¿Por qué? Porque el tiempo es valioso. Quizá no pensamos constantemente en ello, pero el tiempo que tenemos para estar en la Tierra es finito. Como en la película In Time (El Precio del Mañana en español), tenemos un contador que nos acompaña las 24 horas, solo que diferencia del mundo Andrew Niccol, nosotros no podemos ver nuestro reloj de vida ni tampoco añadirle segundos, minutos, meses ni años.
Cuando trabajamos, nos pagan por nuestras habilidades, sí, y también por nuestro tiempo (una cosa que, en mi experiencia, los jefes no tienen en mucha consideración). Se supone que, en total, pasamos entre 23 y 25 años de nuestra vida durmiendo (si es que descansas un promedio de 6 a 8 horas diarias), 106 días haciendo pipí. 1 año y 195 días cocinando y 6 a 7 años comiendo (todo esto son aproximaciones de Muy Interesante hechas en su número 215 de 1990; por supuesto, las estadísticas cambiaron con el paso de los años y la llegada de los servicios de entrega de comida o las plataformas de streaming, pero usémoslos como un margen para darnos una idea del paso tiempo).
Entonces, no gastar tiempo en algo que no te gusta. Suena genial; ese tiempo se puede invertir en algo que sí disfrutas, y que te hace feliz y que, al final de tu vida, te hará ver al pasado con alegría, porque tu vida te satisfizo. Ahora, en la práctica, es imposible. Como ejemplo pondré lo que le respondí a una persona en una entrevista de trabajo para un puesto que no pude aceptar por el bajo salario que ofrecían (parafraseando): «Quizás en algún momento pueda tomar un trabajo que disfrute, pero por ahora, tengo otras prioridades», y fui sincero con que el dinero que me ofrecían no era lo que buscaba, porque en la vida hay que pagar renta, hay que comprar comida, hay que gastar en esto y en aquello, y a veces, para adquirir los ingresos que nos permitirán vivir de la manera en la que deseamos hacerlo tenemos que vender nuestro tiempo al mejor postor, lo que nos deja con pequeños espacios de recreación que podemos atesorar: cuando se acaba la jornada laboral y puedes ver una película que quieres ver, cuando enciendes tu consola o computadora y te pones a jugar ese juego que es tu escape del mundo, o cuando te sumerges en ese libro que te lleva a mundos fantásticos. Así, aprendemos a atesorar los momento que se convierten en nuestros, de verdad nuestros.
¿A qué quiero llegar con esta especie de reflexión sobre el valor del tiempo? A nada en particular. En esta ocasión, mi artículo no va enfocado a cosas prácticas, simplemente sentí la necesidad de compartir mis pensamientos. Y todo comenzó por los VEDAs, y por lo que hago, y por lo que no.
VEDA significa Video/Vlog Every Day in April (Un video cada día de abril) y es una práctica a la que Kobeh me introdujo ya hace varios, muchos años. Consiste en hacer lo que su nombre dice: subir un video a internet desde el 1 hasta el 30 de abril. Lo he intentado al menos en tres ocasiones, haciendo variaciones en texto, pero hasta ahora, no he logrado completar los 30 días. En realidad, se me dificulta seguir la pista a proyectos de constancia; también me sucedió con 100/200, una cuenta que Kobeh y yo compartíamos en Instagram en la que teníamos que subir una foto diaria durante 100 días. Llegué a los 66. Y se me está complicando con otra cuenta en la que hacemos algo similar.
Creo que los VEDA ya no son tan populares (si es que en algún momento de verdad lo fueron), y mucho menos con la aparición de servicios como Twitch, en los que es preferible hacer un video en vivo que tomarte el tiempo de grabar y editar algo, para luego subirlo a YouTube (nuevamente, tiempo y lo que resulta más rentable para ahorrarlo). Antes Internet era un sitio distinto.
Cosas como los VEDA o cuentas de Instagram en las que subes una foto diaria se convierten en máquinas del tiempo en las que almacenas momentos del pasado. 100/200 fue hace siete años, y recientemente, que volví a visitar el perfil, me pareció irreal que hubiera pasado tanto tiempo; en cada foto encontré un momento de mi vida que quedó congelado en Internet. Es bello, y también aterrador. ¿Te has topado con esta sensación? La de encontrar en tu pasado nostalgia, y que esta nostalgia te genere una agradable incomodidad sobre la persona que eras y quien eres ahora.
Ahora, ¿por qué otra razón he pensado en el tiempo? Por los proyectos que no llevo a cabo. Supongo que todos tenemos algunos de esos, ¿no? Cosas que quieres hacer, pero que es difícil concretar por la escasez de tiempo o porque no encuentras la motivación suficiente para hacerlo. Cuando me encuentro ante este escenario, me pregunto si entonces estaré tan dedicado al proyecto como creo. Por ejemplo, en la preparatoria pasaba horas y horas escribiendo; ahora se me antoja un tanto denso, porque veo el panorama completo de lo que significa para mí redactar una historia. Busco perfección, y la perfección lleva tiempo, tiempo que le dedico a cosas que ofrecen una gratificación más rápida, como los videojuegos. Una especie de hedonismo contemporáneo, digital.
También paso un tiempo considerable trabajando, lo que es inevitable; hay que obtener dinero para vivir, al menos con el sistema económico actual y sin aspiraciones a dejar que mi trabajo haga todo por mí (inversiones). Y disfruto algunas cosas del trabajo, pero para otras, dependo de más personas, y esas personas a veces deciden tomarse su tiempo para hacer lo que les corresponde, lo que me atrasa a mí y termina costándome más tiempo. Todo se reduce a esto: los segundos o minutos que usamos de más o que logramos hacer nuestros. Porque, no importa lo que digan, es imposible ahorrar tiempo. Es una divisa que siempre, siempre se está gastando, y su valor es incalculable, a pesar de lo que las empresas nos han hecho pensar. En México, se supone, el precio mínimo del tiempo de una persona está en $172.87 pesos, y cualquier compañía que pague menos que esto por jornada laboral está incurriendo en un delito. ¿Sorpresa? En México, muchas personas ganan menos que esto. Mucho menos. Eso vale su tiempo. Su vida.
El día de ayer pasé bastante tiempo sin hacer nada particular, excepto esperar, recostado. Las horas parecen alargarse en el mundo real, mientras que en los sueños es materia tan maleable; en la novela El Fin del Mundo y un Despiadado País de las Maravillas, Haruki Murakami juega con la posibilidad que tiene la mente de convertir, dentro de sí misma, un segundo en un momento infinito. La siguiente sección, en negritas, son spoilers de la novela: Mientras el protagonista se enfrenta al fin de su vida, su mente toma los últimos segundos de su existencia y, en su mundo interno, los convierte en un tiempo infinito. El concepto es maravilloso, y sería igual de maravilloso poder tomar el tiempo real y moldearlo a voluntad.
Quizá lo que me gustaría decir con este artículo es: el tiempo que sea tuyo, realmente tuyo, úsalo en algo que te haga feliz, o compártelo con personas que ames, aunque no lo hagan no sea tu cosa favorita. Vivimos dentro de un reloj de arena imposible de detener, y cada segundo se nos escapa de entre las manos.
¿En qué gastas tu tiempo? ¿Piensas en lo que haces y sonríes? Es prácticamente imposible usar todo nuestro tiempo en cosas que nos gusten, pero al menos intenta invertir el máximo posible en ello. Y si tienes la oportunidad de evitar los malos ratos, hazlo (siempre y cuando no sea algo tremendamente relevante: quizá no sea la cosa más placentera que te saquen una muela, pero es algo estrictamente necesario para continuar funcionando).
Así que, tiempo. Si averiguaras cuánto te queda, ¿qué harías con él? ¿Tendremos que esperar a conocer ese dato para vivir cada día con una emoción pura, sin dejarnos vencer por el exterior?