El Héroe del Infierno: Sobre los inicios de las historias

Si alguien va a leer El Héroe del Infierno, y considerando que comenzaremos con el Tercer Arco, Siete Rosarios, me parece correcto redactar un prólogo previo a la introducción. Aunque el prólogo suele estar escrito por otras personas… Bueno, ¿quién más podría hacerlo? A lo largo de los años, algunas personas se han hecho con retazos de esta historia. Es posible que algunas podrían armar una manta con esos trozos de tela, pero sería una poco cohesionada. 

Comencé a escribir El Héroe del Infierno hace algunos años. No estoy seguro de hace cuántos. Los suficientes como para haberlo olvidado. Me parece bien explicar dónde comenzó todo este asunto, el de escribir. Mis primeros pasos los di en la secundaria, con una historia titulada Strawberries and Cream. No fue un gran inicio, ni la terminé, pero fue el punto de partida. En esos años, quizá ya más de diez, conocí Pokeespectaculos, una wikia en la que los usuarios escribían fanfics sobre Pokémon. Mientras estaba allí y creaba mis historias, mis amigos de la plataforma me introdujeron a Wattpad, un sitio novedoso en internet que te permitía publicar historias de todo tipo (en ese entonces, por lo que sé, no era todo un fenómeno; no estaba al nivel de, por ejemplo, Fanfiction.net). Era un sitio tan primitivo (al menos para los estándares actuales) que ni siquiera tenía chat. Nos comunicábamos a través de foros. En Wattpad escribí mi primera novela completa, una fantasía urbana titulada Circus, inspirada parcialmente por las historias de Darren Shan, Percy Jackson y mi amor por los road trips y las criaturas fantásticas. En ese entonces, varias personas se sintieron decepcionadas por el final de la historia, en el que mataba al interés amoroso del personaje principal. Escribí una versión alternativa del cierre, en la que, en lugar de matarla a ella, mataba al protagonista.

Luego de Circus intenté con una secuela, titulada Acto Segundo. La dejé tras ocho capítulos y comencé a intentar con otras historias; demasiadas para contarlas. Finalmente, llegué a El Héroe del Infierno, una novela juvenil de fantasía urbana que acabé de principio a fin. En total, debían ser poco más de 200 páginas. Todavía recuerdo dónde estaba cuando la terminé: sentado bajo un árbol, frente a un campo de fútbol. 

El archivo que contenía El Héroe del Infierno se dañó y no pude recuperarlo. Eso me dolió, y mucho. Dejé de escribir durante mucho tiempo, hasta que un día me armé de valor y decidí volver a trabajar la novela desde el principio; la historia, poco a poco, fue convirtiéndose en algo más grande. Algo que no podía controlar. Y no lo digo de manera positiva. 

Aquí debo hacer una pausa para explicar algo sobre mí: solía ser una persona muy influenciable. Todo lo que me gustaba, intentaba hacerlo parte de mí. De lo que creaba. Mientras escribía El Héroe del Infierno, me involucré con la fantasía épica y con la dura crítica que el mundo literario le hace a las novelas para jóvenes adultos. Series como Percy Jackson, Cazadores de Sombras, Los Juegos del Hambre y otras obras de ficción del estilo son echadas de menos, a pesar de sus altos números de ventas. Supongo que es como el cine comercial y el «cine de arte». 

Esto hizo que me replanteara mi camino como redactor. ¿Escribir fantasía urbana era una pérdida de tiempo? Entonces, conociendo el trabajo de autores como Patrick Rothfuss,  George R. R. Martin y Robin Hobb (no sé si estos dos los leí en ese tiempo), me dije que podía hacer algo diferente. Algo que, en mi mente, era mejor. Sin embargo, estaba trabajando en El Héroe del Infierno, que también se llamó Concierto de Esencias, que también se llamó de un montón distinto de maneras… La historia bebió de sagas de fantasía épica, como El Nombre del Viento, y me planteé desarrollar mucho más el mundo. Así lo hice. La idea KISS (Keep It Simple, Stupid; o, en español, Manténlo Simple, Estúpido) se fue por el traste e intenté combinar varios géneros en una sola historia: desde súper héroes hasta fantasía medieval, fantasía urbana y paranormal. ¡Enloquecí!

La idea original era dividir la primera novela en circo arcos argumentales: Hojas Hermanas, Ciudad de Esencias y Espíritus, Siete Rosarios, Sombras Mecánicas y… no recuerdo el nombre del arco final, que terminaría de introducirnos al mundo que empecé a construir. Como estaba todavía un poco cansado, comencé por Siete Rosarios. Terminó teniendo 323 páginas, y solo es una de las partes que componen el primer libro. No tengo idea de a cuánto habría llegado de haber escrito las cinco partes.

Si compartimos gustos y has leído algunas de las cosas con las que he tenido contacto y que voy recomendando a todos lados, notarás un montón de referencias a otras historias. Desde El Señor de los Anillos hasta Sword Art Online. No niego mis inspiraciones; son las cosas que me gustan y, como dicen en el libro Roba como artista, robar de una persona es plagio, pero hacerlo de varias es inspiración. Sin embargo, esto terminó por diluir la idea original y, al mismo tiempo, me ayudó a encontrar parte de mi estilo. ¿Qué quiero tratar en mis historias? ¿De qué manera? El Héroe del Infierno me ayudó a colocar los fundamentos de mi manera de escribir, que aunque no ha terminado de moldearse, ya tiene más forma. 

Es por eso que he decidido, aquí, compartir el tercer arco de manera regular con el título original, El Héroe del Infierno o EHDI, para abreviar. De antemano me gustaría disculparme por las inconsistencias que podrás encontrar a lo largo de la historia; algunas ideas se me iban ocurriendo conforme avanzaba en los capítulos, y me prometí que volvería al principio para corregirlas cuando terminara. Hasta ahora, no lo he hecho. Aunque releeré cada capítulo antes de traerlo a BlueZone, intentaré mantenerlo tan íntegro como me sea posible. Leer las palabras que escribí hace años me pone nervioso; muchas cosas que en ese entonces me parecían geniales ya no lo parecen tanto. Otras siguen siendo bastante decentes, si me preguntas. En general, siento un poco de pena. Pero aquí está, porque, a fin de cuentas, es parte de lo que soy (algo que Indra intenta enseñarle a Sam). Perdón también si los diálogos, en ocasiones, se sienten aleccionadores.

Antes de cualquier otra cosa, y de explicar cómo funciona este mundo, me gustaría compartir la Introducción. Al final de esta, habrá una guía de lo que sucede con nuestro personaje principal, y de las cosas que pasan tanto en el Primer Arco como en el Segundo, que alguna vez fueron escritos e ideados, pero que ahora yacen esparcidos en fragmentos en hojas y en mi mente.

Introducción: Pasos en la oscuridad

Podría empezar a relatar mi historia en el momento que decidí unirme a Darío, blandir mi espada y disparar un ballet de balas a favor de su causa. Podría iniciar relatando cuando descubrí que, desde niño, soy un asesino y un cobarde con la sangre más densa que cualquier ser humano común. También puedo comenzar narrando mi primer encuentro con el ciervo, el día en que descubrí las Fracción Esencial y averigüé cada verdad existente en nuestra realidad; incluso, tengo la opción de partir desde que exploré la biblioteca de Reacia y conocí el secreto que ocultaba la sombra de mi enemigo; o cuando perdí tres dedos de mi mano izquierda por amor y negligencia, o… Pero no lo haré, porque una verdad a medias no puede ser llamada «verdad», sino que se acerca más a una mentira. Y juré no volver a mentir. Hice la promesa de no esconder mi pasado. Cada antihéroe carga a la espalda con un inicio, uno normal, uno noble o humilde, tal vez. Y no soy la diferencia.

Así pues, me llamo Sam. Apuñalé mis ideales; fui letal y sanguinario, frío cual hielo sucio y cálido como la llama más feroz. Aunque a veces lo parezca, no hay que confundirse: no soy un héroe y jamás lo he sido, y sé que nunca lo seré. Todo, al final, se resume en dos palabras: estabilidad y progreso. Por un lado, estaba el radicalismo incontenible, liderado por la fuerza de quienes se creen superiores; por otro, existía el afán de aferrarse a lo ya establecido, que había funcionado durante mucho tiempo.

Empecemos donde todo terminó y donde narré, por primera vez, la aventura que me abrió las viejas puertas rechinantes de una realidad que todos creían acabada. Muchos de los hechos los recuerdo tan vívidos como cuando sucedieron, y todavía me atormentan; son las manos que me paralizan en las noches, cuando intento dormir, son las voces que me llaman durante el día, pidiéndome a gritos que les entregue mi alma, o son los rostros que me acompañan mientras amo a una mujer o cuando paso horas sentado bajo un árbol, disfrutando del sol o la luna. Otros fragmentos de mi historia se han ido diluyendo como lo harían unas pocas gotas de tinta en un lago de aguas cristalinas. Algunos relatos de otros participantes de esta narración los conocí mucho después de que sucedieron, pero para hacerlo más cómodo, los presentaré en el tiempo que debieron haber sido revelados para mí, cuando pudieron haberme servido de algo.

Daba pasos en la oscuridad, calmados e incesantes, como un ladrón que no desea ser descubierto, cual asesino que se haya en el cénit de su siguiente trabajo. Era de noche, pero no me preguntaba qué hora era. Sólo sabía que el resto de los habitantes y huéspedes del hotel ya debían estar durmiendo. Yo debía haberme ido a dormir hacía bastante. Sin embargo, luego de lo que había vivido, ¿cómo demonios podría, si quiera, recostarme en una cama y considerar el sueño una opción? Los sucesos todavía palpitaban frescos en mi mente, como un corazón desbocado, arrancado con violencia de un pecho que jamás debería haber sido abierto; imágenes demasiado lúcidas me abrazaban cada que cerraba los ojos y me hacían plantar los pies sobre el suelo, agitado y al filo del llanto. Cuestionaba la salud mental de Ariadne, quien se había retirado a dormir temprano. Ella era a quien, en ese momento, con casi imperceptibles pasos en la oscuridad, yo iba a buscar. Necesitaba sacar todo lo que me consumía; quería vomitar palabras. Pensaba que podía deshacerme de las emociones y sentimientos al hablar, que podía escupirlos como veneno succionado de una herida, una herida como la que ya había sufrido no mucho tiempo atrás. ¿Hacía cuánto de eso?, quise saber mientras andaba. ¿Diez, doce semanas? Podía haber pasado más o menos este tiempo, y el tiempo, a esas alturas, resultaba irrelevante.

Paré en seco frente a una puerta. El silencio me sobrecogió, deteniéndose junto a mí. Detrás de aquella entrada se encontraba mi hermana, y aunque no le guardaba rencor por lo sucedido, sí estaba seguro de que me distanciaría de ella, así como Ivonne se distanciaría de mí. Tantos recuerdos, tantas palabras. Quería sacarlo todo de una buena vez, por lo que seguí avanzando, arrastrando mis pies, como un ladrón lo habría hecho al andar hacia su ejecución. Mi verdugo era la Suerte, el juez el Azar y mi acusante era el Caos; ningún dios tenía jurisdicción en mi condena. Así de mal estaban las cosas en mi vida. Hasta las mismas esencias máximas se habían vuelto en contra mía. «Qué ridiculeces estoy pensando», me recriminé. «Nadie está en contra mía. A excepción de mí, por supuesto.» Ya ni siquiera Raimundo podía odiarme. 

Llegué al elevador y presioné el botón con la flecha apuntando hacia arriba. Esperé no más de tres respiraciones hasta que la caja de metal llegó a mi piso. Corrí la reja dorada con cautela, pero haciendo más ruido del que me habría gustado. «Claro», pensé, «siempre que necesitas al Silencio de tu lado, el maldito te traiciona.» Entré en el elevador y, por un momento, me sentí tentado a oprimir el botón que me llevaría al sótano, el botón que me daría un escape. Podía ir allí y perderme entre las cajas repletas de porquerías sin valor y memorias empolvadas, recostarme frente a la Puerta de Babel y sentirme, por una vez, verdaderamente cerca del infierno en el que todo mi mundo se había sumergido. Pero no lo hice. Presioné el interruptor con el número cuatro. Con una rígida sacudida, el elevador comenzó su ascenso. Movía el pie y me humedecía demasiadas veces los labios. La sangre me hervía mientras, cruzado de brazos, mis manos aferraban mi piel y la apretaban. En cierto momento, una de mis uñas perforó esa misma piel, haciendo aparecer una diminuta línea sanguinolenta cerca de la manga de mi playera negra. Limpié la sangre con cuidado y, era tanta mi concentración que, cuando llegué al cuarto piso y la campana del elevador tintineó, di un salto en mi lugar, acompañado por un grito ahogado.

Cerré los ojos e intenté respirar con más lentitud, pero lo único que conseguí fue evocar, entre la negrura de mis párpados, un rostro desesperado, rallante en la locura, de ojos oscuros demasiado abiertos, medio escondidos tras una larga melena de cabello negro lacio, revuelto y grasiento. Vi, en ese mismo rostro, una sonrisa tan amplia y de dientes tan blancos que me había parecido, en su momento, tan anormal. También escuché su risa maniática, repleta de pánico en su estado más puro; recordé cruces y sentí que el vómito subía por mi pecho; vi un rosario, uno como el que llevaba en mi cuello, y sentí una culpabilidad lacerante, más que cualquier navaja. Y vi sangre, y sentí que ésta me empapaba.

―Diestro… ―susurré, abriendo mis párpados y recuperando el silencio que antes me había acompañado. Di un gran suspiro. Si no pronunciaba su nombre, nunca se alejaría de mí.

Con mi pie descalzo pisé el suelo alfombrado. La sensación que me generó aquel paso hizo que sonriera, para luego volver a mi expresión de constante seriedad indiferente, como si siempre estuviera analizando todas las posibilidades y nada fuera capaz de perturbar mi calma. «Ja», pensé, «soy un estúpido.» Eché a andar hacia mi lado izquierdo, sabiendo que el pasillo del lado derecho también me llevaría hasta la puerta, pues ese piso era un circuito rectangular de habitaciones que terminaba e iniciaba en el mismo punto. Desde mi gran incidente en Abismo, evitaba tomar los caminos del lado derecho siempre que era consciente de lo que hacía.

Caminé hasta llegar a la puerta con el nueve de metal pintado de dorado. Alcé mi brazo, dispuesto a tocar, y entonces me detuve a escasos centímetros de la madera. «Me decepcionaste.» Las palabras llegaron hasta mí como un recuerdo reptante, atravesando la arena de mi confundida mente. De pronto, Ariadne estaba frente a mí, y Zelda también se encontraba allí. Los tres estábamos en un cementerio; yo tenía los ojos repletos de lágrimas y me escondía tras la estatua de un ángel sin alas, dañado por el tiempo como yo lo estaba por mis experiencias más recientes. Ariadne, de pie, me miraba con la frialdad propia del invierno, inexpresiva como la mayor parte del tiempo desde que la llevé a la Ciudad Mecánica, y distante, a cientos de años luz de mí. Zelda, a mi lado, también sentada sobre el césped verde, tan desacorde con el paisaje como ningún otro elemento del cementerio, sostenía mis manos entre las suyas, cálidas y reconfortantes; Zelda había sido mi apoyo durante aquel instante, cuando las ruinas de mi mundo sentimental se removían más y más para seguir destruyéndose. «Me decepcionaste, Sam. Lo hiciste, lograste acabar con toda la confianza que te tenía.» Luego de clavarme esta oración, como un puñal de hielo, Ariadne se había dado la vuelta y no me había dirigido palabra otra vez. Habían pasado semanas.

Bajé la mano y me la guardé en el bolsillo de mi pantalón. No podía recurrir a Ariadne, ya que ella me detestaba tanto como a su pasado, tal vez más. ¿Qué podía hacer, entonces? Consideré que una buena idea sería salir a caminar a las calles, esperando que algún Zele salvaje y piadoso decidiera acabar con mi triste vida de una vez por todas. Una muerte oscura y sangrienta era lo que, según yo, necesitaba para expiar los pecados que había cometido. No solo los de las anteriores semanas, sino los de toda mi patética existencia. 

Finalmente, decidí no hacerlo. A sabiendas de que Agatha no estaría en el techo, volví al elevador por el pasillo que ahora quedaba a mi izquierda y oprimí el botón que me llevaría al sótano, el botón que en mi primera visita a ese hotel me habían pedido que, por ningún motivo, oprimiera. Ahora que conocía la mayoría de los secretos que el edificio guardaba para mí y los demás residentes, podía hacerlo. Qué más daba.

Arribé a mi destino, corrí la reja dorada y descendí a las sombras, donde ahora pertenecía. La oscuridad me recibió como a un viejo amigo, me atrajo hacia ella e hizo que me internara más y más en sus entrañas. No encendí ninguna luz, sólo deambulé con pasos torpes en la oscuridad. Choqué con cajas llenas de trastes, que se esparcieron por el suelo haciendo gran escándalo, gritando porque los había despertado. Derrumbé también viejas armas, ropa e instrumentos musicales que habían sido guardados allí abajo; me estrellé con una caja llena de objetos pequeños y me detuve. Mis ojos, tan elogiados y supuse, carentes de luz alguna, distantes a más no poder, se abrieron más de lo normal cuando escuché la canción. Entre las sombras, una caja musical descansaba en el suelo. La busqué arrastrándome por el piso. Al encontrarla, quise lanzarla lejos de mí, me sentí furioso. La bailarina de porcelana que danzaba al abrir la caja musical se había partido y ya sólo sus pies, en posición de puntas, quedaban girando en el viejo recuerdo de madera. Esa era la misma caja musical del día anterior… ¿o ya habían pasado dos noches? No estaba cien por ciento seguro, pero sí recordaba la melodía.

Inesperadamente, las luces del sótano se encendieron, cegándome momentáneamente. Solté un bufido casi felino y miré en dirección al elevador, desde el cual se acercaba una sombra tambaleante. Cuando la sombra llegó a mí, pude reconocerla. Era Zelda, con su característica y casi invisible cicatriz en la ceja izquierda, y su sonrisa de valor incalculable. Llevaba una sudadera con todos los colores del arco irís.

―Sam… Sam… ―Zelda sonaba preocupada mientras me movía con paciencia, aferrándome por el hombro.

La chica usaba una bata blanca para dormir. Su cabello despeinado flotaba en el aire como una nube café y las orejas bajo sus ojos ámbar no la hacían ver menos bella.

―Hola, Zelda ―respondí, sosteniendo la caja musical entre mis manos temblorosas, caja que le mostré a la recién llegada―. Se rompió. Lo siento.

―¿Por qué te disculpas? ―quiso saber ella.

―Porque… ayer… antier… ―Con dificultad, intenté recordar hacía cuánto tiempo Zelda y yo habíamos bajado al sótano.

―No importa. ―La chica deslizó su mano desde mi hombro hasta mi codo y me ayudó a ponerme de pie―. ¿Qué haces aquí a esta hora?

―Huyo ―acepté con toda sinceridad, sinceridad melancólica y, de alguna manera, lasciva.

―No puedes huir de lo que pasó ―Zelda me sentó sobre una caja y yo, de pronto y sin poder contenerme más, me eché a llorar.

La chica de cabello castaño atrajo mi cabeza hasta su pecho y empezó a tararear la misma canción que continuaba emitiendo la caja musical. El cuerpo de Zelda, he de reconocer, estaba cálido, era suave y reconfortante, igual que su dulce voz. No me habría molestado ser abrazado por ella todas las noches antes de ir a dormir, por lo menos en el tiempo que tardara en volver a ser yo mismo. «Si es que puedo volver a ser quien era.» 

«¿Y quién eras?», reprochó la voz.

―No quiero aceptarlo ―me sinceré entre lágrimas―. ¿Para qué?

―Tendrás que hacerlo, tarde o temprano. Todos tendremos que hacerlo ―me dijo Zelda, interrumpiendo su hermoso tarareo―. Aunque tú en especial.

―No sé cómo.

Muy a mi pesar, me separé del cuerpo de Zelda y me enjugué las lágrimas con mi playera. Sentía las orejas y las mejillas calientes. Estaba avergonzado por haber llorado, pero más porque Zelda me estuviera consolando luego de que yo la rescatara.

―Un buen primer paso es hablar sobre lo que pasó ―me sugirió la chica, sentándose a mi lado sobre la caja.

Fuera lo que fuera que contenía nuestro asiento, deduje que debía ser muy fuerte para aguantar el peso de ambos sin colapsar.

―Hablar, sí. Eso era lo que quería hacer ―dije, más para mí que para ella.

―Entonces hazlo. Yo te escucharé. ―Zelda sonrió.

―Me asusta recordar… ―Miré mis manos, que aún sostenían la caja musical, y las vi blandiendo una espada, una espada negra con un gran filo adquirido gracias a mi experiencia como espadachín. «Si vas a tomar la vida de alguien, lo menos que puedes hacer es esforzarte un poco cuando lo hagas.» Recordé sangre y sentí la peste de los cadáveres en putrefacción. Engranajes. Fuego. Miedo. Mis sentidos me transportaron a las últimas semanas que llevaba con vida.

―Tranquilo. ―Miré a Zelda. Ella me estaba regalando una bella sonrisa, con los labios y con los ojos―. Yo te voy a proteger, así como tú me protegiste.

―¿De verdad quieres escuchar mi historia? ―le pregunté.

Ella asintió.

Terminé con el canto de la caja musical cerrándola, no sin brusquedad. La dejé en el suelo y sostuve, con mi mano izquierda, la mano derecha de Zelda. Después, con gran determinación recorriéndome el cuerpo, observé lo que nos rodeaba.

―Muy bien… Vamos. ―Suspiré y apreté suavemente la mano de mi acompañante. Eso me ayudaría a soportar lo que estaba a punto de hacer; a veces, los recuerdos son capaces de lastimar más que muchas heridas―. Puede que, al principio, todo suene fantástico y me haga parecer muy valiente, pero nada resulta de ese modo al final. Nada. Todo, tarde o temprano, tiene una repercusión positiva o negativa y, en mi caso, la mayor parte del tiempo es negativa.

»Creo que empezó así…

 

Antes de pasar al Tercer Arco, me gustaría hacer un resumen del mundo, ya que el grueso de lo que leerás sucede a la mitad del primer libro. Ya han pasado un montón de situaciones.

En esta historia, los demonios son reales, y hablan una lengua llamada Diemoni, que se pronuncia Tiémoni. Hay personas con superpoderes: a aquellos que su poder no los cambió físicamente, se les conoce como Azahares, y aquellos que fueron deformados y repudiados, son conocidos como Lotos. También hay criaturas fantásticas como hadas y dragones, pero no se les conoce como criaturas de cuentos de hadas. Son Zele, una antigua raíz de una lengua que, según yo, explico dentro de este Arco Argumental. 

Tanto demonios como Zele, Azahares y Lotos, son criaturas desconocidas por el grueso de la población. Algunos Azahares y Lotos trabajan para el gobierno de distintos países, sin embargo, es algo clasificado, como el su momento lo fue el Súper Soldado de Marvel o como lo son las teorías del Área 51 en nuestro mundo: hablamos sobre ello, pero pocas personas en serio creen que sea algo real. Tanto héroes como villanos conocen los límites de su tratado, y aunque a través de la historia varias personas han intentado romperlo y revelar al mundo sus secretos, hay una manera de silenciarlos. La historia puede ser cambiada; no es tan difícil como parece. Un hecho se cambia aquí, otro acá. A veces, es mejor que ciertas cosas se queden ocultas. Incluso a los antagonistas les conviene.

Nuestro personaje principal es Sam, un Observador. Eso significa que tiene la capacidad de ver a los Zele y demonios como son en realidad, quitando el velo que suelen usar al vivir en nuestra sociedad. Quizá la chica que te atiende en tu cafetería favorita tiene alas, pero como no tienes esa visión, no lo puedes saber. Sam lo ve; pero, así como él puede ver a los Zele, los Zele pueden percibir su aroma. Una peste propia de los Observadores, que se va atenuando conforme más tiempo lleven existiendo con su habilidad.

Sam no siempre fue así, como suele suceder con las historias de fantasía urbana: un chico o chica que descubre un secreto oculto. Generalmente, el mundo fantástico. 

Ivonne, la mejor amiga de Sam, es un Azahar. Sin embargo, ella no tenía idea de que este término existía o que había más cómo ella. Su poder es la teletransportación; aunque solo puede moverse a lugares que ya haya conocido o que comprenda bastante bien, a veces su poder va más allá y la lleva a lugares inesperados. Sam no tenía idea de lo que ella era hasta que lo ayudó a escapar de un peligro, y ella todavía no comprende muy bien cómo funcionan sus habilidades. Solo sabe que, dentro de ella, hay una voz que constantemente le recuerda que no debe revelar lo que es. Que de hacerlo, podrían suceder cosas terribles.

En el primer Arco Argumental, Sam se mete clandestinamente con sus amigos a un parque de diversiones en reparación y eso hace que un demonio lo ataque, dejándolo inconsciente y otorgándole la habilidad de Ver. Este demonio dejó en su bolsillo una tarjeta con su nombre y una dirección. De pronto, Sam comienza a llamar la atención de algunas criaturas y tres en particular lo atacan: unos chicos góticos que iban a su escuela. Sam comienza a ver a las personas de manera distinta. Personas de piel azul, algunas con cuernos, perros que parecen zombies. Esto hace que Sam, asustado, vaya a la dirección de la tarjeta, un viejo hotel destruido. Al entrar, se interna en el mundo del demonio (un demonio bueno, ya que no todos son criaturas terribles) Hasse Lods, dueño del hotel, y todas las personas que viven allí. Hasse maneja una agencia de Observadores y otras criaturas dedicadas a encargarse de asuntos del mundo Zele: ¿tienes problemas de gnomos en tu jardín? Ellos se encargan (es un ejemplo burdo, pero sucedió). Muchos los llaman mercenarios.

Hacia el final de este primer Arco, Hojas Hermanas, Sam es obligado a dejar a su familia (padres y hermana, Sarah) y vivir permanentemente en el hotel, luego de que intentaran asesinarlo, y promete hacer todo lo que pueda para ayudar a sus habitantes. Entonces descubre que en la ciudad tanto Observadores como sus familiares han estado desapareciendo. Decide ayudar a investigar. 

En el segundo Arco, Ciudad de Espíritus y Esencias, Sam se une más a las personas del hotel, y se gana enemigos. Hasse le encarga investigar la ciudad junto con Ariadne, una Observadora bastante diestra en el combate. Mientras esto sucede, Sam aprende sobre el mundo de los demonios y sus distintas clases (del 1 al 9, de acuerdo a los círculos del infierno descritos por Dante Alighieri en su Divina Comedia; Hasse es un demonio del Quinto Círculo), aprende combate (ya tenía bases de esgrima) y un montón de cosas más. Este arco está destinado a introducirnos a cómo funcionan las cosas en la ciudad, y a preparar a Sam para hacerlo mucho más competente en combate y misterios. ¿Cómo se ocultan los Zele? ¿Por qué nadie los ve como son excepto los Observadores? ¿Por qué no todos los demonios son malos?

Este Arco lleva a Sam a Abismo, una ciudad bajo tierra en la que Zele y Azahares conviven libremente. Para el final del Arco, Sam y Ariadne se ven involucrados en un torneo clandestino en la posada The Black Raven. El premio mayor es información, la moneda más preciada de Abismo. El posadero es un hombre bastante importante en Abismo; alguien que se encarga de reunir noticias y que tiene contactos con los que suele ser difícil tratar. 

En este torneo Sam y Ariadne se enfrentan con Diestro, un nigromántico que casi asesina a Sam, y que le muestra una visión distinta del mundo; una visión de horrores. En este torneo, Sam conoce a más personas, Azahares, personas con increíbles poderes. Diestro causa una gran impresión en Sam y se convierte en su peor terror.

Durante este mismo Arco Argumental, Sam cree que Ariadne es una traidora que le está pasando información a las personas culpables de la desaparición de los Observadores de la ciudad. Persigue a la chica y, tras intentar capturarla y herirla, hace que la mayoría de las personas del hotel se vuelvan contra él. Ariadne estaba trabajando en algo más, no era una traidora. 

Eso nos deja en el Arco actual, Siete Rosarios, en el que seguimos a Sam de vuelta a Abismo, para continuar con la investigación que comenzó con Ariadne. Las desapariciones en la Ciudad Subterránea son cada vez más comunes y, en ella, Sam conoce a nuevos aliados, además de aprender el verdadero poder de saber

Muchas gracias por sentir interés por esta historia. Espero que te guste. Siete Rosarios llegará más adelante a BlueZone.